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El ambientalista, Número 19

¿Por qué a los estadounidenses no les preocupan las sustancias químicas?

Necesitamos sustancias químicas para la vida cotidiana, pero los peligros que presentan parecen provocarnos “fatiga apocalíptica”

Por Anna Robuck

Ciencia Marina

Universidad de Rhode Island

6 de marzo

 

En los últimos cuatro años, los investigadores de la Universidad Chapman, de Orange, California, han encuestado a los estadounidenses para determinar qué es lo que más tememos. Encuestadas al azar, a las personas se les pidió que calificaran su nivel de temor con respecto a 80 temas distintos, entre los cuales se encontraban la delincuencia, el terrorismo, el gobierno, la contaminación ambiental y los miedos personales.

 

Por primera vez en 2017, los miedos relativos al medio ambiente se encontraron entre los 10 temores más importantes: “la contaminación de los océanos, los ríos y los lagos”, “la contaminación del agua potable”, “el calentamiento global/cambio climático” y “la contaminación atmosférica” todos irrumpieron en la lista de los 10. Y empujaron a miedos perennes (los relacionados con la economía, el gobierno y el terrorismo) a niveles inferiores del ranking.

 

El aumento de la preocupación por la contaminación ambiental no debería necesariamente sorprendernos. En 2017, la presidencia de Trump respaldó un cambio de mercado en cuanto a la política y fiscalización ambiental. Ese cambio atrajo atención a un viejo hecho: con el correr de los años, hemos creado cantidades y volúmenes avasallantes de sustancias químicas de uso en el sector de la industria y la salud pública: alrededor de 140.000 fórmulas desde 1950. Muchas de estas sustancias químicas pueden filtrarse al medio ambiente y los seres vivos.

 

Si bien se cree que son relativamente pocas las sustancias químicas perjudiciales para la salud humana, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos sólo ha analizado adecuadamente la seguridad y toxicidad de alrededor de un ínfimo 2 por ciento de las sustancias existentes. Cada día aprendemos más sobre la exposición a estos niveles significativos de contaminantes ambientales en los Estados Unidos, algo que despierta mayor consciencia pública acerca de este tipo de contaminación.

 

Aunque pocas en términos relativos, las sustancias sintéticas tóxicas pueden causar estragos en la salud pública de todo el mundo. En 2015, se calcula que el 16 por ciento de todas las muertes prematuras a nivel mundial fueron causadas por la contaminación o las enfermedades conexas, más de 15 veces las muertes provocadas por la guerra y todas las formas de violencia combinadas. El 92 por ciento de esas muertes relacionadas con la contaminación ocurrieron en países de bajos y medianos ingresos y estuvieron asociadas en su mayor parte a la contaminación atmosférica. En los Estados Unidos, se atribuyen cada año aproximadamente 200.000 muertes prematuras a la contaminación atmosférica proveniente de procesos de combustión, como el transporte terrestre y la generación de energía a partir de hidrocarburos.  

 

Según pruebas contundentes, estas sustancias químicas también afectan el sistema inmunológico y la eficacia de las vacunas, el desarrollo cerebral y la capacidad de aprendizaje de los niños, la fertilidad humana, la pérdida de peso, la conducta social, el cáncer y una avalancha de otras enfermedades. No es necesario trabajar en una planta química para sufrir un alto nivel de exposición: encontramos contaminantes en las actividades cotidianas, en concentraciones que se ha demostrado son perjudiciales, en el aquí y ahora de la vida normal.

 

 

Un círculo químico vicioso

 

Considerando estas cifras y hechos, pareciera escapársenos algo. Todos los días, dependemos de centrales eléctricas y sustancias químicas hechas por el hombre, cosas que se supone tienen que mejorar nuestras vidas, no acortarlas. Pero aquí estamos, atrapados en un círculo vicioso: algunas de estas mismas sustancias con las que contamos (para producir energía, medicina, alimentos, tecnología) pueden ser perjudiciales para nosotros y para la vida silvestre cuando quedan sueltas, como pasa inevitablemente.

 

¿Por qué permitimos que las sustancias químicas se infiltren en nuestra vida y nuestro cuerpo? Porque, en gran medida, está legalmente permitido, al menos en los Estados Unidos. A diferencia de las reglas de Europa, que ofrecen mayor protección, la política química de los Estados Unidos erra alejándose del principio precautorio, que sostiene que, dados dos cursos de acción y ante un conocimiento incompleto de las consecuencias, se debe actuar de la manera más cautelosa. De acuerdo con la Ley de Control de Sustancias Tóxicas (TSCA) de 1976 y su actualización de 2016, le toca por lo general a los científicos la responsabilidad de demostrar que las sustancias son tóxicas, para el ser humano o el medio ambiente, antes de que intervengan las dependencias reguladoras. Se supone que las sustancias químicas son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.     

 

Los peligros que presentan las nuevas sustancias químicas se evalúan según reglas tanto nuevas como ya existentes que, según sostienen los críticos, la presidencia actual ha debilitado sobremanera.  Sus partidarios alegan que el nuevo énfasis en la rapidez con que se aprueban las sustancias químicas es positivo para el sector empresarial sin dejar de proteger la salud pública y recauda tarifas más elevadas que pagan los fabricantes para solventar los costos de implementación de la ley TSCA. Más allá de las opiniones que cada persona pueda tener sobre la ley TSCA, el enfoque de saltar primero y pensar después puede ser costoso (en cuanto a salud, vidas y dinero), pero el público todavía no exige revisiones significativas de las reglamentaciones químicas en los Estados Unidos.

 

Trabajo en la investigación de contaminantes y me replanteo todos los días la relación que tenemos con las sustancias químicas. Reconozco la importancia que tienen las sustancias químicas modernas para la salud y seguridad pública. Sin embargo y al mismo tiempo, veo la presencia de los contaminantes ambientales detrás del cáncer de mis seres queridos, en los avisos publicitarios de supuestos remedios milagrosos o cuando una amiga me cuenta por teléfono que simplemente no puede concebir. La mayoría de las veces, esas realidades me alientan a seguir trabajando, a encontrar maneras de medir y entender cómo funcionan los contaminantes, a aprender más para que podamos entender o reglamentar mejor el cóctel químico que nos rodea.

 

Pero en días no tan buenos, me siento confundida, frustrada y un poco sola. ¿Por qué nos resulta tan difícil preocuparnos por las sustancias tóxicas que nos rodean a pesar de las graves consecuencias que tienen para nosotros y nuestros seres queridos?

 

 

“Fatiga apocalíptica”

 

En las últimas dos décadas, los psicólogos han considerado la hipótesis de que respondemos (o no) a amenazas sin rostro como el cambio climático según la manera en que se enmarcan esas amenazas en contraposición al estatu quo. Los economistas, los expertos en políticas y los periodistas han explicado un resultado de este tipo de pensamiento sugiriendo varios términos para describir el fenómeno. La “fatiga ante la amenaza”, la “fatiga de la resistencia” y la “fatiga ante el apocalipsis” significan más o menos lo mismo: que nos agotamos ante las amenazas constantes que desafían nuestro modo de actuar y, por lo tanto, no nos tomamos ninguna de ellas con la seriedad que se merece.

 

Per Espen Stoknes, psicólogo y economista noruego, sugiere cinco defensas mentales que ahogan la participación pública en relación a la problemática del cambio climático: distancia, fatalidad, disonancia, negación e identidad. En pocas palabras, solemos ver el cambio climático como algo apocalíptico pero distante y que no concuerda con nuestro estilo de vida aceptado. Entonces, solemos negar la función que cumplimos en él o nos negamos a actuar, sin estar dispuestos a ver cara a cara lo que significa para nuestros hábitos y nuestra identidad.

 

Si escuchamos la charla TED de Stoknes sobre el tema, cada vez que dice “cambio climático” podemos reemplazar esa frase con las palabras “riesgo de las sustancias sintéticas”. Las dos expresiones carecen de rostro, parecen distantes y aparentemente exigen medidas de acción fuera de nuestra rutina: las mismas barreras psicológicas y culturales parecen influenciar la manera en que vemos a los contaminantes y neutralizar la preocupación y acción del público. Tal vez sepamos que las sustancias químicas nos rodean y pueden afectar nuestra salud, pero parecen representar una amenaza menor o fuera de nuestras manos, un peligro más allá de la capacidad de acción individual de cualquier persona. Esas suposiciones paralizantes significan que se siguen lanzando sustancias químicas al mercado con poca investigación de respaldo. Y las personas se siguen enfermando, a veces de manera terminal, mientras la investigación lucha por ponerse al día y determinar cómo contribuyen las sustancias a la enfermedad.

 

 

¿En qué nos deja todo esto?

 

Las mismas soluciones que alientan medidas de acción con respecto al cambio climático podrían también ayudar a despertar la debida preocupación acerca de la exposición a sustancias químicas. Stoknes sugiere cinco estrategias que pueden fácilmente transferirse a nuestro dilema: hablar del tema de maneras que le den a la amenaza una dimensión personal, presentar la problemática de maneras concretas (en relación a los puestos de trabajo, la seguridad, etc.) en vez de hacer referencia al fin del mundo, sugerir medidas simples para lograr cambios y encontrar mejores narrativas para vencer la negación y la polarización.

 

Varias organizaciones y muchos científicos ya están trabajando para alcanzar esas metas. El invierno pasado, la publicación PLOS presentó una compilación especial, “Retos en el área de la salud ambiental: Cerrando la brecha entre las pruebas y las reglamentaciones”, en la que un plantel de expertos aporta perspectivas y ensayos cortos y fáciles de entender.

 

La compilación pasa revista de las falencias de la legislación actual, lo que se infiltra en nuestros alimentos, la manera en que las sustancias tóxicas afectan a los niños, los medios para proteger mejor el agua potable y la decisión política reciente de no prohibir un plaguicida. Cada artículo enmarca los temas relativos a los contaminantes con respecto a la salud pública, las políticas y las soluciones, yendo más allá de las observaciones estériles de la mayoría de los artículos evaluados por pares. Si bien las opiniones son en gran medida homogéneas, el enfoque expansivo e interdisciplinario es novedoso y atrapante. Con vistas al futuro, se trata de la perspectiva holística que necesitamos que todos adopten.

 

La reglamentación de sustancias químicas aún encuentra resistencia en los Estados Unidos. Incluso la editora de la compilación, Linda Birnbaum, directora del Instituto Nacional de Salud y Seguridad Ambiental, fue satanizada por políticos que la acusaron de hacer cabildeo en la introducción. Eso puede resultar desalentador, pero otros científicos reconocidos también han comenzado a alzar la voz, entre ellos Joseph Allen, de la Facultad Chan de Salud Pública de Harvard , y Richard Corsi, de la Universidad de Texas. Incluso existen aplicaciones móviles para medir mejor el potencial de exposición individual.

 

Estas cifras dan un ejemplo de cómo entablar conversaciones acerca de las sustancias químicas y sugerir soluciones para el consumidor a partir de soluciones políticas: Debemos intentar contar narrativas mejores y más acertadas, y necesitamos tener la mente abierta. Los resultados del estudio de la Universidad Chapman, que indica que los estadounidenses de hoy se preocupan acerca de la contaminación ambiental, destaca la eficacia cada vez mayor de una mejor y creciente narrativa sobre la contaminación.

 

Yo he vivenciado un cambio categórico en mis seres queridos en los últimos años: Mi mamá y mi papá, que distan de ser ambientalistas, ahora tratan de comprar alimentos orgánicos y le cuentan a otras personas sobre la problemática de la seguridad química. Participar en este tipo de conversaciones sinceras sobre la contaminación química nos beneficia a todos y espero cree soluciones justas que apoyen la salud pública, el medio ambiente y la economía.

 

Spanish translation by Julieta Pisani McCarthy, M.A.